martes, 24 de noviembre de 2009

Las cenizas de Cenicienta. Por Mercedes Replínger


Cenicienta no es un cuento, como algunas lecturas feministas subrayan precipitadamente, sobre la condición tradicional de la mujer como ser pasivo que espera la salvación de un príncipe azul en la sociedad occidental, la transmisora de valores caducos que algunas artistas como Cindy Sherman, Dina Goldstein o Elena Dorfman, se sienten en la necesidad de destacar y ridiculizar en ciclos fotográficos donde el cuento de hadas se transforma, trivializándose, en un cuento folklórico con moraleja; un ejercicio redundante cuya eficacia se pierde en la ironía y la sátira. Este enfoque tan plano por pedagógico del cuento de Cenicienta se resuelve en los estudios de etnología y antropología, análisis morfológicos a lo Propp que la convierten en un arquetipo, entre otras cosas, de la batalla cósmica entre el cielo y la tierra o el bien y el mal.
En este sentido algunas artistas como Miwa Yanagi, Nathalie Rebholz con mejor olfato potencian el componente siniestro, la crueldad que subyace bajo las apariencias sentimentales del relato maravilloso.Sin embargo, este trabajo decide centrarse en aquello que el siglo XIX aporta a la iconografía del relato, el componente kitsch, y que género puede reivindicar con toda legitimidad su herencia, la publicidad de modas. Si Vladimir Propp en su trabajo pionero e imprescindible sobre el cuento maravilloso subraya que el relato arrastra en su evolución valores y mitos de cada época que lo atraviesa, considero interesante reflexionar sobre la iconografía del cuento de cenicienta que se plasma en la publicidad, auténtico territorio de reactualización en la modernidad del relato maravilloso de Cenicienta como encontramos, por ejemplo, en los trabajos fotográficos de Annie Leibovitz o Eugenio Recuenco donde se recurre voluntariamente a la huída del presente, un mundo paralelo y atemporal de fascinación que no carece, sin embargo, de su lado oscuro. Como señala Celeste Olalquiaga, el kitsch es perderse en una imagen, deslizándose por ella como por uno de los espejos mágicos de Alicia, cruzando el umbral de una dimensión paralela, un mundo de sombras. Cenicienta envuelta en el gris sucio de los fogones, iluminada por el calor del hogar está sepultada por ese polvo al que quedan reducidas todas las cosas; ruina en gris que, posteriormente, se transforma en cristal luminoso, metáfora de una nostalgia que, en la actualidad, recorre el camino contrario, del cristal al polvo, a las cenizas, donde se cruzan los sueños desvanecidos, las fantasías abandonadas.



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